viernes, 2 de marzo de 2007

UNA HISTORIA | capitulo 2

Me levanté de mi cómo y restaurador aposento y abriendo la puerta de mi habitación accedí al pasillo. A mi derecha y a unos 5 metros la habitación de mis padres, a mi izquierda podía ver la luz encendida del comedor. La puerta estaba cerrada y podía escuchar débilmente el sonido del partido de fútbol que estaba viendo mi padre en la televisión.
Cerré la puerta de mi cuarto y caminé con cierta rapidez hacia el comedor, ansioso de saber que cena había preparado mi madre esa noche. Justo antes de llegar a la puerta un niño estúpido y consentido se atrevió a asustarme desde el lavabo que queda junto a la puerta del comedor. Era mi hermano pequeño. Mi estúpido y consentido hermano pequeño, que era incapaz de dejarme tranquilo un día completo. Muy a su pesar, recibió un manotazo rápido y duro como acto reflejo de su inesperada acción.

Salió llorando hacia el comedor acusándome de mi agresión con su impertinente timbre y volumen de voz que podía atravesar la más gruesa pared de hormigón.
Sin hacer el más mínimo caso a esa espectacular exageración, tomé asiento en el sofá junto a mi padre para comentar el partido. Inesperadamente mi madre hizo callar a mi hermano de otro manotazo rápido y limpio, ordenándole que no hiciera tanto ruido puesto que ahora teníamos unos vecinos a los que podíamos molestar.
Al parecer la idea de tener unos vecinos empezaba a ser bastante interesante. No para mi hermano por supuesto. De nada le servirían ya sus llantos y gritos. Pero yo, allí estaba. Sentado en el sofá sin recibir ningún tipo de riña por parte de mis progenitores. Era increíble pero cierto. Mi pobre hermano tuvo que poner la mesa mientras se calmaba y, entre sollozos, lamentaba su desgracia.
Cuando estuvo puesta, mi madre trajo la comida. Una olla llena de sopa de fideos. Sentados ya en la mesa empezamos a comer. Mi padre seguía embobado con el televisor. Mi madre trataba de calmar a mi hermano. Yo trataba de no quemarme con la sopa sin conseguirlo. En un momento solo se escuchaba al comentarista del partido de fútbol y los mal educados sorbos de sopa con los que nos deleitaban mi hermano y mi padre.

Cuando hubimos terminado, y sin tener nada más que hablar, me despedí con un clásico buenas noches, y volví a mi habitación.
Antes de llegar noté un pequeño ruido que provenía de mi habitación. Si, era nuevamente ese maldito niño aporreando mi pared con su pelota. Al llegar pude ver como todos los cuadros volvían a estar en el suelo. Nada más entrar el golpeteo cesó, como si el niño hubiera oído mi entrada. En fin, con tal de que me dejara dormir, yo ya estaba contento.
Cogí mi pijama, me lo puse y rápidamente retiré el edredón que cubría mi cama y me tumbé sobre ella. Que magnífico placer. Mmmm. Que maravilloso placer el poder tumbarse y estirarse después de un largo día. Apagué la luz y poco a poco me quedé dormido.

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