El domingo pasado estuve viendo una película por televisión: PANDEMIA.
Con ese título era fácil prever la trama, el desarrollo y casi todo el guión de la película.
Como de costumbre, me interesé mucho por ella por mis conocidas inquietudes intelectuales científicas. ¿Un virus que afecta a toda la humanidad? ¿cómo será, como actuará, como se combatirá? ¿qué efectos tendrá?, células, inmunología, linfocitos, hematíes, laboratorios de investigación, novedades de investigación… Mis preguntas clásicas y mis intereses de toda la vida estudiantil…
Pero esta vez, visualizar la película fue algo diferente para mi. Esta vez, algo había cambiado.
Esta vez, me atemoricé de verdad.
Allí estaba yo, sentado en mi sofá, viendo la película. Ya se sabía lo que iba a pasar. Aquel tío chulo, surfero, con bañador azul a cuadros, llevaba el virus en su organismo y sería el primero en morir, después de, por supuesto, haber contagiado a un sin fin de gente que quedarían en cuarentena.
Pues si, murió. Y luego lo aislaron. Y luego se lo dijeron a su madre. Y su madre sin poder ni acercarse, a través de un cristal pudo verlo mientras exclamaba entre llanto: “es mi hijo, es mi hijo, mi hijo está muerto…”
Fue entonces cuando me descompuse, cuando me di cuenta de lo que pasaba. O más bien de lo que podría pasar…
Pocas veces en mi vida me había pasado algo así.
Una vez que yo recuerde, cuando mi hermano pequeño recién nacido se dispuso a darse un baño. Mi madre lo bañaba y el lloraba y lloraba. Mientras yo, con diez años, sufría por mi hermano porque no sabía lo que le pasaba.
Algo así me pasó viendo la película. Algo así sentí. Me atemoricé al pensar que todos estamos expuestos a que nos pase algo… a que muramos.
Nunca me había preocupado la muerte. Y la verdad, mucho menos la muerte de alguna otra persona que no fuera mi madre o mi padre o mis dos hermanos.
Pero algo ha cambiado en mi vida. Alguien se ha atrevido a hacerme muy feliz, a compartir todo conmigo, a estar a mi lado en todo momento, animarme, consolarme, y lo más importante amarme, alguien que, como a todos, también puede pasarle algo.
Mi niña, mi chiquita; me importa tanto, es tan valiosa para mi, la quiero y la amo tanto, que si algo le pasara, yo no se que haría o que sería de mi.
En ese momento me di cuenta. En ese momento me atemorizó la idea de perderla. No se si podría soportarlo. Supongo que Dios me daría fuerzas para afrontarlo, pero seguro quedaría muy, muy tocado.
Por eso admiro a las personas que afrontan la perdida de un ser querido con fuerza, valor y templanza.
Por eso te admiro SM. Porque si lees esto sabrás que es a ti a quién me dirijo. Se que no te he dicho nada, que no he ido a tratar de acompañarte en tu dolor. Pero espero sepas que es solo una cuestión de no saber como tratar ese tipo de situaciones.
De verdad lo siento.
Ahora, adelante, con fuerza, con animo, con templanza. Habrá momentos difíciles, duros, de llanto, de agonía. Pero tu mejor que mucha gente sabes, y has sabido superarlo.
Un abrazo.
miércoles, 7 de marzo de 2007
MIRANDO AL CIELO | gracias por mantenerla a mi lado
Publicado por Alberto Reina a las 2:38 a. m.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
ola chiquitin...
estoy segura de que no soy la unica que te lee...pero, soy la unica que te comenta???...
que gente mas indeseable!!! =)
que te sigo siciendo lo mismo...
ME ENCANTA TU BLOG
un besote muy pero que muy gordo de color de color...
fursia...que se que te encantan...
nos vemos prontito...
muakis...
Publicar un comentario